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Lucy Maud Montgomery

LA LITERATURA DE LUCY MAUD MONTGOMERY - (1874-1942)

     Es imposible no saber quién es Anne Shirley, aquella huérfana pelirroja que fue acogida por los hermanos Marilla y Mathew Cuthbert en Tejas Verdes. Aquella niña de gran corazón dispuesta a amar, ser amada, vivir y ser feliz, con una desbordante imaginación más grande que ella y con unas ganas constantes de hablar. La mayoría la conocerán por la película y la serie de Kevin Sullivan. Pero, como suele suceder, las películas están basadas en novelas. “Ana de las Tejas Verdes” es la primera de la serie de ocho novelas que narran la vida de Anne Shirley, escritas por Lucy Maud Montgomery. Siempre podemos inspirarnos o contemplar tomando el ejemplo de esta escritora canadiense, cuyas obras son una oda a la imaginación, la belleza, la literatura y la humanidad de los espíritus afines y las personas bondadosas.

     Lucy Maud Montgomery fue una escritora canadiense nacida en Clifton (actual New London), una pequeña ciudad de la Isla del Príncipe Eduardo, Canadá. Tras la muerte de su madre cuando tenía veintiún meses, su padre decidió dejarla al cargo de sus abuelos maternos, en Cavendish (Isla del Príncipe Eduardo), para irse a vivir al oeste del país, donde volvió a casarse. Sus abuelos le dieron una educación muy estricta. Crecer entre dos personas mayores estimuló su imaginación, provocando la chispa que le haría crear personajes como Emily Byrd Starr y Anne Shirley. Completó su formación en el Colegio Príncipe de Gales, en Charlottetown, sacó el título de maestra en un año en vez de en dos, y entre 1895 y 1896 estudió literatura en la Universidad de Dalhousie, en Halifax, Nueva Escocia. En 1898, tras haber trabajado como maestra en varias escuelas, regresa a Cavendish para cuidar de su abuela, que había quedado viuda. Fue entonces cuando comienza a escribir los relatos que darían lugar a la serie de Anne Shirley, ocho novelas que narran su vida desde la niñez hasta la edad adulta.

El propio Mark Twain consideró a Anne la niña imaginaria más encantadora después de la inmortal Alicia de Carroll. Montgomery se casó con Ewan Macdonald, un ministro presbiteriano, y se mudó a Ontario, donde su marido se hizo cargo de una iglesia. La pareja tuvo tres hijos: Chester Cameron, Stuart y Hugh Alexander, quien murió al nacer, en 1914. El resto de su obra la escribió fuera de la Isla del Príncipe Eduardo, ya que después de casarse nunca regresó en vida. Falleció en Toronto en abril de 1942 y fue enterrada en el cementerio de Cavendish, cerca del lugar donde creció. Es curioso observar cómo tantos detalles de su vida se reflejan en sus novelas.

            

       Y, es curioso también que, mientras que Anne Shirley ha pasado a la historia y es un personaje fundamental en la literatura, el resto de sus novelas y poemas han quedado relegados a un segundo plano. Tras lograr un éxito sin precedentes con su saga Anne, la de Tejas Verdes, Lucy Maud Montgomery creó el personaje de Emily Byrd Starr, a la que consideraba su álter ego, una niña temperamental, orgullosa y muy imaginativa. Emily crece feliz junto a

su padre hasta la muerte de éste a causa de una enfermedad. En ese

momento, la niña se ve obligada a mudarse con unos parientes de su

también fallecida madre. La pequeña se encuentra de repente en medio

de desconocidos en un mundo totalmente nuevo para ella. Es entonces

cuando comienza a forjar una afición por la escritura, especialmente

por la poesía, y conoce a sus amigos, Ilse, Teddy y Perry. Con ellos

compartirá distintas inquietudes y se enfrentará a diversos problemas.

Emily es capaz de apreciar la belleza de cada cosa, es orgullosa pero sincera y reconoce sus defectos con humildad y se esfuerza por enmendarlos, igual que le sucede a Anne Shirley.

El optimismo está siempre presente en las novelas, igual que una fuerte persecución de los sueños por parte de los cuatro amigos. El sueño de Emily es llegar a ser una gran escritora, su historia es la historia del proceso y la evolución de los sueños de una niña que va aprendiendo acerca de la vida y de cómo escribir. Y, sobre todo, igual que en todas las obras de la autora, son novelas cargadas de imaginación, amor a la belleza, al arte, a la naturaleza, a la vida, y sobre todo a la poesía y a la literatura. Con Emily, Montgomery describe la inspiración, a la que denomina el destello, de forma magnífica, como algo maravilloso. Además, hace un especial hincapié en la escalada del sendero alpino, cumplir los sueños.

    El estilo de esta escritora es fresco y natural. El lenguaje, sin ser simple, es sencillo, haciendo que la historia resulte cercana y agradable. Las descripciones no son extensas y están hechas con mucho cuidado para no resultar monótonas. Lucy Maud Montgomery tenía una habilidad especial para describir la naturaleza, exponiendo lo hermosa y mágica que puede ser en cualquier estación del año, con sol o con nieve, de manera que al terminar el libro es muy probable que muchos lectores tengan ganas de coger un avión y visitar la Isla del Príncipe Eduardo.

            

    Leyendo a L.M.Montgomery no solo se puede valorar la literatura con su forma

de escribir y de transmitir su pasión, sino que además a través de otros autores.

En sus novelas se hace constante alusión a grandes autores de la literatura

como Kipling o Tennyson, entre otros muchos. Y en especial a Tennyson, con

Anne Shirley. Fue un poeta y dramaturgo británico, uno de los más ilustres de

la literatura universal. (Leer sobre Tennyson)

    A través de Anne Shirley podemos conocer la balada de ‘La Dama de Shalott’, una de sus más impactantes baladas literarias. Publicada en 1833 –junto a otros aciertos de su lírica como ‘Oenone’ y ‘La Hija del Molinero’– trae a la poesía inglesa una cadencia perfecta y de una armonía hasta entonces inexperimentada. 

Parte I

 

A las márgenes del río, allí se extienden
Campos anchos de cebada y de centeno
Que revisten desde el llano hasta su cielo;
Y los cruza aquel camino que conduce
A las torres: Camelot
Y la gente viene y va mirando fijo
Al lugar donde los lirios florecientes
Forman ronda de una isla, allí debajo:
Es la isla de Shalott.

Palidece el sauce, el álamo vacila
Y las brisas ya temblando se ensombrecen
Tras las ola que recorre para siempre
Ese río que vecino de la isla
Va fluyendo a Camelot
Cuatro muros grises, cuatro grises torres
Dan desdén a un exterior copioso en flores:
Son la isla silenciosa que aprisiona
A la Dama de Shalott

Junto al margen tras el velo de los juncos
Se deslizan las barcazas remontadas
Por equinos con sosiego; y escondidas
Van barquillas con sedoso, raudo impulso;
Van flotando a Camelot
¿Mas acaso alguien la vio agitar su mano?
¿O apoyada en el balcón de su ventana?
¿Quién conoce de la gente de este estado,
A la Dama de Shalott?

Sólo aquellos que a la siega van temprano
Entre tanta espiga lista de cebada
Escucharon la canción cuyo eso se halla
En el río dulce y claro serpenteando
A las torres: Camelot.
E impaciente el segador al plenilunio
Mientras pone su cosecha en altas parvas
Escuchándola musita: “Es la encantada,
es la Dama de Shalott”

     

      «Yo creo que hay algo que quiere expresarse a través de ti, pero tendrás que convertirte a ti misma en un buen instrumento». (Señor Carpenter a Emily Byrd Starr)

«¡Hay tanto en el mundo para nosotros, si tenemos los ojos para verlo, el corazón para amarlo y las manos para acercárnoslo, tanto en hombres y mujeres, en arte y literatura, tanto en todas partes con que deleitarnos y de lo cual quedar agradecidos!».  (Anne de la isla)

 

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CARLOTA DE CASTRO

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